Referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN
Tras la entrada de España en la CEE en 1986, llegó el momento de convocar el prometido referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN. Pero Felipe González y su gobierno anunciaron que iban a defender que España siguiera en la OTAN, aunque bajo tres condiciones atenuantes: la no incorporación a la estructura militar, la prohibición de instalar, almacenar o introducir armas nucleares y la reducción de las bases militares norteamericanas en España instaladas tras los Pactos de Madrid de 1953. Previamente González había tenido que convencer a su propio partido en el XXX Congreso celebrado en diciembre de 1985, y además el giro respecto de la OTAN provocó la dimisión del ministro de Asuntos Exteriores Fernando Morán en desacuerdo con él.
Según Santos Juliá, los principales factores que influyeron en el cambio de actitud del gobierno del PSOE fueron «las presiones de Estados Unidos y de varios países europeos; la relación entre la permanencia en la OTAN y la incorporación de España a la CEE y la actitud favorable a un estrechamiento de vínculos con la Alianza adoptada desde muy pronto por el Ministerio de Defensa». A esto se añadió la idea de que era imprudente salirse de la OTAN en un momento en que se agudizaban las tensiones de la Guerra Fría.
Históricamente la mayor parte de la población se mostraba contraria a la entrada de España en la alianza: en octubre de 1981, apenas unos meses antes de oficializarse la entrada en la OTAN, solo un 18,1% se mostraba expresamente a favor de la unión y un 52% se mostraba en contra, mientras que una gran mayoría (69%) se mostraba en todo caso a favor de que la adhesión se decidiese en referéndum. A un mes del referéndum, en febrero de 1986, una encuesta para El País concluyó que un 39% del electorado votaría por el «no» y un 21% ya había decidido votar «si»
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